28 junio 2017

¿qué hacer para que la UE funcione?

Hay que avanzar, ya que de otra forma, retrocederemos… Según Emilio Ontiveros, Presidente de AFI:

Blindar a la unión monetaria

Al margen de la política, la eurozona debe encontrar una legitimación de su capacidad de generar bienestar ciudadano

La eurozona ha estado a punto de ser golpeada. Diversas opciones políticas, de forma destacada la encabezada por Marie Le Pen en Francia, incorporaban en sus propuestas el abandono del euro y la recuperación de sus monedas nacionales. Esas propuestas respaldadas por un número respetable de ciudadanos coincidían con la apertura del proceso de negociación del Brexit que habrá de conducir al abandono por parte de la segunda economía más importante de Europa de las instituciones comunitarias. Junto a esas amenazas nacionales, algunas decisiones del presidente de EE UU no están inspiradas por el respeto a la UE o por el correspondiente a las relaciones multilaterales que han presidido la escena económica y financiera internacional en los últimos años.
La victoria de Macron parece haber dado no solo un respiro, sino un impulso a la necesidad de adoptar decisiones tendentes a fortalecer la dinámica de integración regional, como mecanismo de respuesta a esas amenazas y a superar las limitaciones que la crisis y su gestión han puesto de manifiesto. Lo ha hecho admitiendo sin ambages la necesidad de reorientar la UE hacia una “Europa que protege”, un concepto que incluye políticas comunes en las áreas de defensa y seguridad, un presupuesto común para la eurozona, estándares sociales en la UE y políticas comerciales activas frente a los países no comunitarios, incluidas las áreas de competencia fiscal y condiciones medioambientales. Así lo han recordado Agnès Bénassy-Quéré y Francesco Giavazzi en la introducción a un libro colectivo tan valioso como oportuno (Europe’s Political Spring: Fixing the Eurozone and Beyond), de aparición casi simultánea al informe de la Comisión Europea Reflection Paper on the Deepening of the Economic and Monetary Union.
La pretensión de ambos trabajos es la misma: conseguir asegurar el futuro de la Unión Económica y Monetaria (UEM), la consecución más importante de estos 60 años de vida de la UE. Con independencia de las amenazas políticas señaladas, la existencia de la eurozona ha de encontrar su verdadera legitimación en la capacidad para generar ganancias de bienestar para los ciudadanos y para asegurarse mecanismos de respuesta a las crisis más eficaces que los revelados durante la desencadenada en el verano de 2007. Hasta ahora, de esa crisis no se habían deducido lecciones suficientes, en términos de la necesidad de un crecimiento más inclusivo o de la disposición de mecanismos de respuesta ante futuros choques, que permitieran convertirla en un verdadero revulsivo. De esas dos necesidades tratan de hacer virtud las propuestas contenidas en ambos trabajos. Más ambiciosas en el documento del CEPR porque también el diagnóstico se hace con menos contemplaciones: el capítulo de Paul de Grauwe es significativo a este respecto.
El documento difundido por la Comisión el pasado 31 de mayo es el tercero de los anunciados en el genérico sobre “el futuro de Europa” del pasado marzo, con el fin de identificar los retos y oportunidades de la UE en la próxima década. Su contenido ha sido discutido el pasado 12 de junio por el grupo de trabajo sobre el futuro de la UEM, convocado por la representación en España de la Comisión Europea y constituido por una veintena larga de analistas españoles. Aunque este documento sea más moderado y homogéneo en sus aspiraciones, ambos coinciden en la identificación de las limitaciones de la UEM. La Comisión destaca, en primer lugar, las insuficiencias para ser capaz de revertir las divergencias económicas y sociales entre los miembros de la eurozona y en el seno de las economías individuales que emergieron durante la crisis. En segundo lugar, la debilidad es manifiesta para hacer frente a esas fuerzas centrífugas que incorporan un elevado precio político de la mano del descenso del apoyo de los ciudadanos a la moneda única. Finalmente, la UEM deberá aumentar su capacidad de resistencia ante futuras crisis financieras.
1.-Para satisfacer esas exigencias es necesario adoptar cuando menos decisiones en tres bloques, aunque su distribución temporal sea muy desigual: Completar una verdadera unión financiera. La disposición de un sistema financiero adecuado, que funcione y suficientemente integrado es una de las condiciones necesarias para la estabilidad de la UEM. Completar la Unión Bancaria es la primera de las providencias, ultimando la disposición de un sistema de seguros de depósito, así como un respaldo fiscal común para el Fondo Único de Resolución de crisis financieras. La creación de mecanismos que faciliten la reducción de riesgos, la de la calidad de los activos dañados en los bancos, como podría ser la creación de un mercado secundario de créditos morosos, es una de las iniciativas. Junto a ello, la diversificación institucional del sistema financiero, la reducción de su excesiva bancarización y una mayor propensión innovadora es algo en lo que coinciden la mayoría de los analistas.
2.-Conseguir una verdadera integración fiscal. La simplificación de las reglas fiscales es necesaria, priorizando criterios que dependan más estrechamente de la capacidad de control de los Gobiernos y que sean un mejor reflejo de sus intenciones. Junto a ello, y sin menoscabo de la necesidad de estructuras económicas y sociales más resistentes, y de los mecanismos de coordinación de las políticas económicas, debería disponerse de mecanismos comunes de estabilización macroeconómica dentro de la eurozona. A este respecto, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), creado en 2012, debería jugar un papel más activo, frente a interrupciones inesperadas en los flujos de capitales, superando las limitaciones que señalan Agnès Bénassy-Quéré y Francesco Giavazzi: las reticencias de los países miembros a solicitar asistencia de emergencia, dada la percepción de pérdida de soberanía y la condicionalidad asociadas a esta; la falta de voluntad de algunos miembros de seguir apoyando a países con problemas de sostenibilidad de su deuda y, no menos importante, la insuficiencia de recursos del MEDE para desempeñar ese papel de estabilización. Convendría que ese mecanismo no solo actuara con asistencia de emergencia, sino también en la estabilización de la demanda agregada de la eurozona.
3.-Fortalecer la estructura institucional del área monetaria y su adecuado control y rendición de cuentas. La puesta en común de mayores responsabilidades y decisiones exige una estructura legal e instituciones comunes: una mayor integración política entre los miembros del área monetaria. No solo un presidente del Eurogrupo con carácter permanente o una representación unificada frente a instancias internacionales. También sería conveniente un Tesoro, en el que se encuadraría el actual MEDE, y unos presupuestos comunes para la eurozona. Y un Fondo Monetario Europeo, como propone igualmente el documento de la Comisión, objeto de cuestionamiento por Eichengreen y Wyplosz en el documento del CPER.
Se trata de iniciativas valiosas, susceptibles de no echar en saco roto amparando la tradicional impotencia frente a países más reticentes a esos avances en la unificación política que la mayoría de ellas precisan. Tampoco de confiarlas a una excesiva secuenciación, emplazando ese necesario reforzamiento de la UEM a 2025. De lo contrario, estaría en lo cierto De Grauwe al advertir que la eurozona puede no llegar a cumplir sus dos objetivos básicos, hoy insatisfechos: convertirse en una fuente de crecimiento económico y, en última instancia, garantizar su supervivencia a largo plazo. Con todo, es verdad, como advierte Patrick Honohan, que de los riesgos a los que se enfrenta el proyecto europeo actualmente son mayores los políticos que los económicos.
Aunque no dice nada de la Europa a dos velocidades que pretenden varios, ni de la perversión de los estímulos del Banco Central Europeo, ni de la crisis bancaria en Italia y España y de las diferentes soluciones adoptadas en cada caso, ni de que se han pasado por el forro la legislación europea de bail in de 2012… ¿Credibilidad de los burócratas europeos? Les queda poca, salvo legislar y legislar y multar a empresas so pretexto de salvaguardar los intereses generales. Como Google se enfade y nos desenchufe el Google Maps nos deja cojos… ¿Multará a Mercadona por poner sus hacendados en primera fila de las estanterías, por delante de otros productos? Quizás… Abrazos,
PD1: Estuve en una charla que dio el Padre Pascual Cervera sobre la madre Teresa de Calcuta, y me impactó todo lo que nos contó de sus vivencias con ella, que fueron muchas durante largos años. Aquí un resumen de lo que nos dijo que no tiene desperdicio:
Padre Pascual Cervera y Padre Donald Haggerty
En el año 1980, unos meses después de que la Madre Teresa recibiera en Premio Nóbel de la Paz, tuve el privilegio de llevarla en mi coche a través de un barrio pobre de Madrid en el que ella estaba a punto de abrir una nueva casa de misión. Mientras conducía le pregunté: “Madre, ¿cómo podría yo querer más a los demás?” Ella respondió: “uno quiere a los demás si les sirve, si les ayuda, si se preocupa en ver cuáles son sus necesidades en ese momento concreto”. Llegábamos a nuestro destino y detuve mi automóvil justo enfrente de una iglesia. La Madre se volvió a mí con una gran sonrisa y dijo: “Mira, ahí tenemos a uno de los nuestros”. Se trataba de un pobre pordiosero que pedía en la puerta. Ella se acercó al indigente como si ya lo conociese. Sonriendo le felicitó por las monedas que había conseguido y que mantenía en una boina sostenida firmemente con una de sus manos. Pero inmediatamente la Madre buscó la otra mano que éste pobre hombre ocultaba vergonzantemente detrás de su espalda. Mientras iniciaba una cariñosa conversación con el mendigo tomó entre las suyas la mano lesionada -retorcida y deforme- y le preguntó cómo se la había dañado y si había sido doloroso. Contemplé cómo la cara de aquel hombre se volvía radiante de alegría a pesar de referir a la Madre que se trataba de un defecto de nacimiento que le había acompañado toda la vida.
A menudo he pensado en ésta temprana experiencia que viví con Madre Teresa. Toda la influencia que ella tuvo en mi vida a partir de ése momento, tiene mucho que ver con el impacto que causó en mí el episodio descrito. Pensé que en una situación similar mi reacción habría sido, tal vez, darle unas monedas al pordiosero. Jamás habría mirado sin embargo –como hizo la Madre- hacia esa otra pobreza mucho más profunda e interior del indigente, hasta descubrir el sufrimiento que aquella vergonzante tara física había ocasionado a lo largo de toda una vida. No habría conseguido nunca descubrir el dolor que se ocultaba tras la apariencia de embriaguez y miseria de aquel pobre hombre. Bastaron unos instantes para que Madre Teresa proporcionara a esa persona una dignidad que quizás no había tenido nunca. Y para ello bastó con transmitirle su profundo y sincero amor. Su interés para con él y la alegría de haberle visto.
Tengo que reconocer que comencé a ver el mundo con una luz diferente a partir de ese día. Pero pasó algo más en aquellos momentos iniciales míos con la Madre. Durante las ocasiones en que podía hablar con ella despacio, me dijo que dedicara más tiempo a la oración y que pasara ratos con Jesús en la Iglesia, hablando con Él y escuchando lo que Él tuviera que decirme. Observé que ella parecía rezar con naturalidad y sencillez. Cuando en lo sucesivo nos veíamos en sus conventos de Madrid o de Roma, lo primero que siempre hacía era llevarme a la capilla para ver a Jesús donde ella se arrodillaba con gran reverencia ante el Sagrario durante unos minutos. Si yo llegaba con acompañantes, ella nos invitaba a todos a ir a la Misa del convento. También nos convocaba a la Hora Santa y, aunque fuéramos muchos, siempre se las arreglaba para que cupiéramos todos. La Madre siempre se sentaba en el suelo de sus distintas capillas –incluso siendo ya muy mayor- pero en muchas ocasiones la recuerdo llevando sillas a sus visitantes para que se sintieran cómodos y a gusto.
Tras mi ordenación, Madre Teresa me recordaba con asiduidad el gran don que Dios me había confiado al permitirme hacer presente a Jesús en el altar durante la celebración de la Misa. A lo largo de los años me recordaba: “en la Misa no dices éste es Su Cuerpo, ésta es Su Sangre sino éste es Mi Cuerpo, ésta es Mi Sangre. Te conviertes por tanto en uno con Él en ese momento”. Deseaba la Madre sacerdotes santos y comprobé entonces su convicción de que Dios asiste al sacerdote de un modo especial. Me lo demostró –y de qué manera- la primera vez que la vi ya ordenado sacerdote. Fui a Calcuta y unos minutos después de entrar en la Casa Madre de la orden, se me acercó ella sonriente y con una inminente petición: “Padre –me dijo- fíjese Ud. lo bueno que es Dios. El Padre que iba a dar unas charlas en nuestra comunidad ha enfermado y en ese momento aparece Ud. para impartirlas” Traté de excusarme diciéndole que no está preparado y que necesitaba rezar y reflexionar sobre el asunto. Pero ella rechazó mis objeciones: “¡Padre, Ud. es un sacerdote y le necesitamos! El Espíritu Santo le iluminará. Deje que Dios le utilice”.
Unos años más tarde volvía a recordarme personalmente la necesidad de “dar permiso” a Dios sin dilación. Era una noche del año 1992 y yo me encontraba en mi rectoría de Nueva York. Sonó el teléfono y al otro lado de la línea escuché, sorprendido, la voz de la Madre: “Padre –dijo- hemos sido invitados a abrir una nueva casa en un país en el que la práctica de la religión ha sido prohibida y perseguida durante más de cuarenta años. ¿Podría Ud. venir a ayudarnos? Sin un sacerdote no tenemos ni Misa ni Sacramentos y por ello sin un sacerdote no podemos enviar a las hermanas. Padre, ¡hace tanto tiempo que las gentes de ese país no ven un sacerdote!” Le dije que debía pedir permiso al Cardenal O’Connor, a lo que ella repuso: “¿Cuándo, hoy?”. Le expliqué que en Nueva York era de noche a esa hora. “Entonces Padre vaya Ud. mañana”. Y a fe que los acontecimientos y trámites se desarrollaron con facilidad y rapidez. Una semana más tarde me encontraba diciendo Misa al aire libre en una montañosa región al norte de Albania. Era la primera Misa que, en décadas, se oficiaba en ese país. Una campana salvada de una iglesia destruida durante los años del comunismo -y que los fieles habían mantenido enterrada durante todo ese tiempo-, pudo sonar de nuevo unas horas antes del comienzo de la Eucaristía. Nunca podré olvidar las caras de aquellas pobres gentes que, al sonido de la campana, acudían a la celebración desde pueblos distantes, con el cansancio reflejado en sus rostros pero con lágrimas de alegría ante la dicha de tener Misa después de tantos años...
La rápida sucesión de acontecimientos en aquellos años, trae a mi memoria otra gran verdad de Madre Teresa. Entre sus Hermanas era bien conocida la insistencia de la Madre en el sentido de responder a Dios de manera inmediata y sin vacilación. Le gustaba poner el ejemplo de la Virgen María que acudió con celeridad a visitar a su prima Santa Isabel tras la Anunciación. Del mismo modo animaba a la gente a acudir con rapidez a atender a los pobres. Pero para ella ésta urgencia a la hora de servir a los necesitados era mucho más que el deseo de curar su sufrimiento: Cristo en persona estaba en esos pobres.
Un sacerdote amigo con quien comparto y presento éstas experiencias y reflexiones, recuerda una Misa del Gallo que concelebró en Nochebuena en Calcuta. La amplia capilla estaba repleta de Hermanas a las que acompañaban no menos de 300 voluntarios que, en calidad de cooperadores, ayudan con su trabajo a las Misioneras de la Caridad. La Madre, al finalizar la Misa, se situó en la puerta de la capilla que los presentes habían de cruzar al salir del templo. Saludó uno a uno a todos ellos con un franco apretón de manos para decirles seguidamente -mientras les mostraba expresivamente sus cinco dedos-: “a Mí mismo Me lo hicisteis. Nunca olvidéis esto”.
Con toda evidencia y certidumbre se puede afirmar que el amor que Madre Teresa mostró hacia los pobres a lo largo de toda su vida nacía de su amor a la Eucaristía. Éste mismo sacerdote al que acabo de referirme, cuenta también que ese mismo día oyó a una Hermana el siguiente relato. Una novicia que fregaba el suelo de la capilla tras una celebración eucarística, comprobó que una Hostia Consagrada se encontraba en el suelo entre el altar y el Sagrario. Tan pronto como la Madre se enteró acudió inmediatamente. Lo primero que hizo fue postrarse en la entrada de la capilla. A continuación se levantó y se acercó al lugar en que se encontraba la Sagrada Forma. Allí se arrodilló de nuevo y oró durante un plazo de diez minutos para, acto seguido, postrarse de nuevo ante la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Finalmente repuso la Hostia en el Sagrario. ¿Quién podría imaginar lo que Madre Teresa experimentó en esos minutos? En otra ocasión ella mismo refirió a éste sacerdote: “Mi vocación no es servir a los pobres sino servir a Jesús”. Es a ese Jesús -que ella amaba con todo su ser- a quien encontraba en la soledad de sus pobres y a quien, tal vez, vio de manera especial esa mañana en la pobreza de una Sagrada Forma tirada en el suelo de la capilla.
Una última experiencia vivida por mi amigo el sacerdote dice mucho de Madre Teresa y del regalo que ella ha supuesto para la Iglesia. Un día, un chiquillo de aspecto miserable y sucia indumentaria llamó al timbre de la Casa Madre en Calcuta. Dijo que quería ver a la Madre. Inmediatamente fue conducido, escaleras arriba, hasta su presencia. Ella se encontraba atendiendo a un visitante. El niño portaba cuatro trapos sucios que había encontrado por la calle y se los ofreció como donación. La Madre los tomó en sus manos, los situó en un banco y luego los extendió uno a uno lo mejor que pudo. Seguidamente los mostró en alto mientras comentaba al muchacho el magnífico servicio que su aportación iba a prestar a la limpieza de los cristales de la capilla, así como de la mesa de la sacristía y el horno de la cocina, entre otros cometidos. Seguidamente volvió a recoger los trapos con todo cuidado para depositarlos una vez más en el banco. Mientras Madre Teresa llevaba a cabo todo el ritual descrito, el chico seguía el proceso con una indecible expresión en sus ojos y una gran sonrisa de satisfacción al comprobar lo bien que había sido recibida su donación. Por último ella tomó las sucias manos del chiquillo entre las suyas y permaneció charlando con él durante un rato antes de que se marchara. A mi juicio, ésta anécdota dice mucho de la Madre y del amoroso impacto que ella produjo en tantas y tantas almas. Pero también revela hasta qué punto sabía ella acoger las sonrisas de tantos pobres moribundos.
Y evoca asimismo el trabajo de los muchos voluntarios seglares que compartieron con ella su trabajo con los pobres. O de tantos sacerdotes a los que influenció y que sólo pueden presentar sus modestas ofrendas a una vocación tan privilegiada y que tanto supera sus méritos.
En los últimos años de su vida, Madre Teresa quiso ayudar más que nunca a los sacerdotes con el fin de contribuir a que descubrieran lo que ella llamaba “el regalo único de su vocación”. Ella repetía a menudo: “sin sacerdotes no hay Eucaristía y sin Eucaristía no hay vida en la Iglesia”. Algún tiempo antes la Madre había fundado el Corpus Christi Movement (movimiento del Corpus Christi), una asociación internacional dirigida a los sacerdotes diocesanos que deseasen unirse espiritualmente al carisma de las Misioneras de la Caridad “saciar la sed de amor a las almas que tiene Jesús”. Y ya cerca de su muerte, nos dedicó unas palabras a los miembros del Movimiento que constituyen como un tributo del amor que sentía por los sacerdotes y que tan bien conocimos aquellos de nosotros que la conocimos: “Jesús ama mucho a Sus sacerdotes y desea que crezcan en santidad mediante su entrega total al Ministerio. Pidamos a Nuestra Señora que los cuide del modo que cuidó a Jesús”.