27 septiembre 2013

27 septiembre 2013 Salimos de la recesión, pero no de la crisis de deuda

Hoy te lo explica un gran economista mejor que yo:
Todo indica que la economía española ha dejado de caer: el consumo parece que aumenta y está ahora a niveles de 2005 y se sitúan un 10,5% por debajo de lo que estuvieron en su momento máximo en 2007. La inversión fuera de la construcción empieza a subir aunque no compensa la caída de la inversión inmobiliaria. El paro de los últimos meses se ha reducido. Está por ver si se trata de un factor cíclico asociado a la temporada turística estival o es un fenómeno permanente (el mercado laboral es un indicador “retrasado” -”lagging indicator”- de lo que pasa en la economía: es decir, es el último en mejorar). Las exportaciones aumentan y el déficit comercial casi se ha cerrado. Eso es un hito sobre todo teniendo en cuenta que el déficit era del 10% justo antes de empezar la recesión. Es decir, la economía española ha hecho un ajuste de unos 100.000 millones de euros. Una parte importante ha sido causada por la caída de las importaciones (al empobrecerse, los españoles han comprado menos productos extranjeros como petróleo o BMWs) pero en parte ha habido una subida real de las exportaciones.
Además de todo esto, parece que los grandes cataclismos a los que nos enfrentábamos hace un año no se han producido: Grecia no ha quebrado, el euro no se ha desintegrado, el precipicio fiscal en EEUU no se ha materializado, la guerra entre Irán e Israel por el desarrollo del programa nuclear del primero no ha existido y, por consiguiente, los precios del petróleo no se han doblado.
Por lo tanto, insisto, todo indica que la caída se ha frenado y el cataclismo se ha evitado. Y es muy posible que los próximos datos del PIB ya no muestren un crecimiento negativo sino nulo o quizá positivo.
Pero una cosa es que hayas dejado de caer y otra muy distinta que empieces a crecer a un ritmo que te permita volver pronto a los niveles de prosperidad que tenías antes de la crisis. Es decir, una cosa es que el PIB dibuje una “V” (una vez la economía toca fondo, empieza a crecer rápidamente) y otra que dibuje una “L”, que se quede estancada en el fondo como les pasó a los países latinoamericanos después de su crisis financiera en los años ochenta o a Japón después de la implosión de su burbuja inmobiliaria en los noventa.
Hay algunas razones para ser optimista: por un lado, existe una demanda “reprimida” o “pendiente” de bienes de consumo e inversión que se puede materializar en cualquier momento (familias que están esperando a que se acabe la crisis para comprar el coche o la nevera nueva y empresas que están esperando a renovar su maquinaria). Eso puede disparar el PIB y generar un nuevo optimismo que haga rebotar a la economía. Por otro lado, la Unión Europea está poniendo orden al sector bancario y eso puede conllevar un aumento del crédito a las pequeñas empresas españolas.
El problema es que también existen algunas razones para ser pesimista. Primero, el crédito sigue sin fluir a las PYMES y sin crédito no se va a salir de la crisis. Como he dicho, es posible que la UE arregle pronto este problema, pero también es posible que, como pasa tan a menudo en la UE, la cosa se estanque en discusiones interminables que no llevan a ninguna parte. Segundo, el problema del “segundo tsunami” de la morosidad que afecta a la banca española y que puede hacer quebrar a alguno de los bancos que hasta ahora no han quebrado y han pasado todos los stress tests. El primer tsunami fue la quiebra de las empresas inmobiliarias y constructoras, un tsunami que se llevó por delante a todas las cajas de ahorros que tuvieron que fusionarse o convertirse en bancos. El segundo tsunami que ya anunciamos aquí en 2010 es el del impago de créditos e hipotecas por parte de familias que han perdido su empleo o pequeñas y medianas empresas que han tenido que cerrar. Este nuevo tsunami todavía puede causar estragos a un sistema bancario que no se ha recuperado del primer envite.
La tercera razón para ser pesimista es que la situación fiscal del estado sigue siendo un freno a la economía: los recortes de gasto y los elevados impuestos ahuyentan la actividad económica. Cuarta, el deterioro institucional que va desde la casa real hasta Isabel Pantoja pasando por la corrupción de los partidos políticos, los jueces, los empresarios, los banqueros y los reguladores, están absolutamente desprestigiados. La “marca España” se ha convertido más en un chiste de mal gusto que en una herramienta que pueda ayudar a la economía a salir de la crisis a través de la inversión extranjera.
Quinta, la política monetaria europea no tiene perspectivas de ser favorable a España. Mientras los países del norte vayan bien, la política monetaria seguirá siendo menos laxa de lo que le interesa a la economía española.
Sexta, las reformas estructurales van lentas o no van. En particular, la reforma educativa de Wert ha sido un insulto a la inteligencia: mientras el mundo se debate sobre como cambiar la filosofía educativa, sobre incorporar las nuevas tecnologías y los MOOCS a las aulas, sobre cuál es el papel del profesor en un mundo tecnológicamente avanzado y globalizado, España debate sobre si la “religión cuenta para la media” o sobre “si la nota de corte para las becas tiene que ser del 6,5 o 5,5”. Mientras tanto, los jóvenes que salen del sistema educativo y tienen que competir con Coreanos, Chinos, Finlandeses o Norteamericanos, tienen una tasa de paro que supera el 50%. Ese es el fracaso escolar.
Séptima, la recuperación española se está basando en la exportación. Pero ésta se concentra en las grandes empresas y depende crucialmente de que el resto del mundo vaya bien. En las últimas semanas, las economías emergentes han empezado a entrar en crisis y esto puede poner en peligro la incipiente recuperación española.
Y finalmente está el “tapering”. El presidente de la Reserva Federal norteamericana ha anunciado que pronto va a haber una reducción paulatina (“tapering”) de la expansión monetaria. Eso va a implicar tipos de interés más elevados en todo el mundo. Y los países, familias y empresas que tienen deudas elevadas van a sufrir. La deuda pública española se ha doblado durante la crisis y se acerca al 100% del PIB. Una subida de tipos tendrá un efecto riqueza negativo con consecuencias potencialmente catastróficas. Al fin y al cabo, recordad que la crisis de la deuda de los años ochenta fue causada porque Ronald Reagan subió los tipos de interés en Estados Unidos y eso causó una subida de tipos en todo el mundo. Los países endeudados de América Latina quebraron uno tras otro y tardaron 25 años en recuperarse.
Poco a poco, los ciudadanos de a pie comienzan a notar que las cosas mejoran un poquito. Y los que no lo notan ahora, pronto lo notarán. Las pequeñas empresas están viendo y verán aumentos en sus ventas. Los autónomos reciben y recibirán más encargos. Algunos trabajadores en el paro (pocos) reciben y recibirán ofertas de empleo. Y a medida que se materialice la demanda reprimida habrá más compras, más actividad y más ciudadanos que noten la mejora. Pero que nadie saque el cava para celebrar. Sobre todo que no lo saquen esos ministros que se apresuran a decir que salen los brotes verdes. Porque esta mejora puede ser un fenómeno pasajero. Una calma antes de la segunda parte de la tormenta. Recordad que en 2010 también parecía que la cosa volvía a la normalidad y la recaída de 2011 fue peor que el primer tsunami de 2008. La economía española es muy frágil y cualquier viento de cara (y he explicado siete factores que pueden causar viento de cara) puede ocasionar una nueva recaída. De momento, sin embargo, sí que podemos afirmar que España (o al menos su economía) ha dejado de ir hacia atrás.
Abrazos,
PD1: ¡Qué cantidad de enfados! En las familias, sobre todo por herencias y celos; entre amigos, por chuminadas; en el trabajo, por envidias, por haber hecho mal las cosas… Y simplemente hay que pedir perdón, ser perdonado y borrarlo de la cabeza. Casi siempre uno tiene la culpa sin que nos hayamos dado cuenta. Vas conduciendo y te pitan airadamente…, y suele ser siempre nuestra culpa: distracción, mal hacer, o lo que sea… No podemos salir rebotados después de cada enfado. Se pide perdón y se intenta no repetirlo. ¿Cuántas veces rezamos el Padrenuestro diciendo: “perdónanos las ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…”? Pues eso.